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El secreto para aumentar hasta un 35% tus probabilidades de éxito

He tenido el privilegio de asistir a una conferencia que impartió Silvia Leal en la IE Business School sobre e-Lidership. Silvia es colaboradora en el programa de TV sobre emprendimiento que presenta Juanma Romero y está reconocida como una de las 10 pensadoras más influyentes de España. Es experta en e-liderazgo, energía innovadora y las diferencias entre sexos en este terreno. Aclarar que el e-líder es aquel que aumenta la productividad innovando con la tecnología e inspirando a otros para que lo hagan.

No conocía a Silvia y me encantó no sólo el contenido de su exposición sino su punto de vista sobre el liderazgo, su manera de transmitirlo, sembrando el interés en todo momento y haciéndonos reflexionar sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos.

El eje de toda su presentación fue algo que no siempre tenemos en cuenta a la hora de valorar los factores que nos pueden catapultar hacia el éxito: LA PASIÓN, y con esto acabo de desvelarte el secreto que te anunciaba.

Y es que al parecer, según nos confirmó Silvia, hay estudios que cuantifican que las personas que actúan con pasión, tienen nada más y nada menos que un 35% de probabilidades de éxito más, que las que no la tienen.

Este hecho me hizo reflexionar mucho, porque no me había percatado de que, efectivamente, el grado de pasión que pongo en cada cosa que hago influye (y mucho) en mis resultados, llegando a la conclusión de que en más de una ocasión un resultado no ha sido como esperaba precisamente porque estaba más pendiente del propio resultado en sí que de ponerle pasión y ganas a lo que hacía.

Y es que la pasión al final es energía y la energía funciona como motor e imán a la vez. Motor para ponernos en marcha hacia nuestros objetivos e imán para atraer aquello que realmente deseamos para nuestra vida.

Fruto de esa reflexión y de lo escuchado durante la conferencia de Silvia, lo que quiero es compartir contigo mis conclusiones sobre cuáles son, bajo mi punto de vista, aquellos factores que nos impiden ponerle a lo que hacemos, esa pasión genuina, esa energía tan necesaria para triunfar disfrutando.

Allá van los mayores ladrones de tu energía…

El miedo

El miedo en realidad son varios: miedo a perder, miedo a fallar, miedo al éxito y por encima de todos ellos, tal y como nos dijo Silvia, el miedo al ridículo. Que conste que el miedo es una emoción totalmente necesaria para sobrevivir, de lo contrario, en vez de echarnos a correr si un león nos atacara, nos quedaríamos tan panchos delante de él o pretenderíamos bailar un pasodoble enganchados a sus garras. Absurdo, ¿no crees?. El miedo nos protege ante un peligro. Lo que ocurre es que los miedos que acabo de mencionar en el fondo nos impiden dos cosas: hacer las cosas como realmente somos capaces de hacerlas y ser nosotros mismos. ¿Cuántas veces un equipo modesto (sea cual sea el deporte) ha ganado al rival que era supuestamente indestructible porque ha salido al campo a disfrutar y no se jugaba nada? Simplemente no tenían nada que perder y por lo tanto el miedo correspondiente no afloraba. Por lo tanto, el secreto está en darle más paso al corazón y menos a la cabeza, cuando los miedos que ésta última nos hace sentir son para protegernos de algo de lo que no necesitamos ser protegidos.

 

El control

Pretender controlar el resultado es algo que no solamente impide ponerle pasión a lo que uno hace sino que nos resta energía y nos desenfoca. En el fondo el control es una forma de preocupación y lo ejercemos con más ahinco cuando menos control podemos ejercer sobre algo. Como comentaba no hacía mucho en el artículo sobre cómo quitarte la ansiedad cuando no llegan los clientes , llega un momento en el que ya no tiene razón de ser el hacer más ante una determinada situación, porque sencillamente nuestra participación ha terminado y toca relajarse, confiar y dejar que sea la vida quien cocine el resto. Cuando ponemos en marcha acciones para lograr algo que queremos, suelen intervenir en el juego un montón de variables en las que no tenemos forma de actuar y aún así nos empeñamos muchas veces en querer controlarlas. Y ahí nuestra pasión se resiente porque dejamos de ocuparnos de lo que nos corresponde para pasar a preocuparnos de algo que se nos escapa por completo. Por lo tanto, foco en lo que está en tu mano, a tope, con pasión y disfrutando. Es la filosofía de no olvidarse de disfrutar del camino.

Las «medallas»

Con el ego hemos topado. El ego nos lleva a controlar en exceso nuestro propio prestigio, es decir, frena la pasión de los demás a costa de la propia con el fin de pretender sobresalir, de que nadie nos haga sombra. Es una muestra de inseguridad que te lleva a no colaborar, a no compartir, a no sumar, a no crecer. Éste es el cáncer de muchas empresas porque el espíritu innovador se basa precisamente en una cultura en la que se dé prioridad al beneficio y viabilidad de las ideas, frente al origen de las mismas. Es decir, da igual de quien venga, lo importante es que tenga sentido. El reconocimiento sincero por parte de todos alimenta ese espíritu innovador. El problema viene cuando entramos en el juego de lo mío es mejor que lo tuyo y si puedo a lo tuyo le pongo zancadillas no vaya a ser que me hagas sombra y me quites la «medalla». De nuevo estamos en otra forma de ejercer un control innecesario que lo único que hace es alejarnos de hacer con pasión las cosas. El antídoto pasa por aprender a reconocer sin pudor el trabajo de los demás cuando consideramos que es bueno porque entramos en una energía diferente que nos inunda de agradecimiento.

El perfeccionismo

El que repara en pelo no lo cata, me decía mi madre cuando le ponía demasiadas pegas a un plato. El perfeccionismo es una manera de poner pegas para no disfrutar del placer de preparar y comerse la tarta. Una cosa es ser profesional y hacer las cosas bien y otra muy distinta es darle cuarenta vueltas a algo porque consideras que nunca es lo suficientemente bueno. Eso no sólo resta pasión a lo que estás haciendo (nuevamente estás con el foco en el resultado en vez de en disfrutar de lo que haces en cada momento), sino que pisas el freno y el acelerador a la vez con el desgaste que eso supone. La forma de atajar ese perfeccionismo excesivo es limitar las cosas en el tiempo. De lo que se trata es de hacer algo lo mejor posible en un tiempo limitado. Las cosas además se perfeccionan con el uso, con el ensayo y error en vez de con la cabeza.

Por último, cada mañana haz cosas que te inspiren el día, que tu forma de empezar el día realmente sea placentera y merezca la pena, a pesar del despertador. Visualiza tu día y ponte en marcha.

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